Después de un cierto número de visualizaciones, todo objeto material acaba perdiendo interés debido a la ley de la saciedad.
Cuando las damas de la ciudad de Dvaraka se subieron a los tejados de sus palacios, nunca imaginaron que ya habían contemplado muchas veces el esplendor del infalible Señor. Esto revela que no habían aplacado su deseo de contemplar al Señor. Cualquier cosa material vista muchas veces pierde finalmente su interés debido a la ley de la saciedad. Esta ley se aplica al reino material, pero no es así en el reino espiritual. El término «infalible» es de particular importancia aquí, porque incluso cuando el Señor desciende misericordiosamente a la tierra, sigue siendo infalible. Las entidades vivientes son falibles porque cuando entran en contacto con el mundo material, pierden su identidad espiritual, y así el cuerpo obtenido materialmente queda sujeto al nacimiento, crecimiento, transformación, situación, deterioro y desaparición según las leyes de la naturaleza. No ocurre lo mismo con el cuerpo del Señor. Él desciende tal como es y permanece siempre exento de las leyes que rigen las modalidades materiales. Su cuerpo es la fuente de todo, el depósito de todas las bellezas más allá de nuestra experiencia. Así pues, nadie puede cansarse de contemplar el cuerpo trascendental del Señor, pues constantemente manifiesta nuevas bellezas. El nombre trascendental, la forma, las cualidades, el entorno, etc. son todas manifestaciones espirituales, y no hay saciedad en cantar el santo nombre del Señor, hablar de Sus cualidades o limitarse a Su entorno. Él es la fuente de todo y es infinito.
Fuente: A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada (edición 2014), «Srimad Bhagavatam», Primer Canto, Capítulo 11 – Texto 25.