Cada persona está dotada de distintos niveles de inteligencia.

Los seres vivientes tienen un grado de inteligencia proporcional a sus actividades previas. No todos los seres vivientes poseen el mismo tipo de inteligencia, ya que este desarrollo está bajo el control del Señor, como se afirma en el Bhagavad-gita (15.15). Como Paramatma, la Superalma, el Señor reside en el corazón de todos, y es de Él de quien proviene el poder de recordar, conocer y olvidar (mattah smrtir jnanam apohanam ca). Una persona puede recordar con claridad los eventos pasados por la gracia del Señor, mientras que otras pueden tener dificultades. La inteligencia elevada proviene de la gracia del Señor, así como la torpeza también está bajo su control. Por ello, el Señor es conocido como Dhiyam-pati, el Señor de la inteligencia.
Las almas condicionadas se esfuerzan por dominar el mundo material, tratando de imponerse sobre la naturaleza a través de su máxima inteligencia. Este mal uso de la inteligencia, por parte del alma condicionada, se considera locura. Es necesario utilizar toda su inteligencia para liberarse de las ataduras materiales. Sin embargo, la locura lleva al alma condicionada a emplear su energía e inteligencia en la búsqueda de la gratificación sensorial, llevándola a cometer diversas fechorías. Como resultado, en lugar de alcanzar una vida de plena libertad incondicional, el alma condicionada se enreda repetidamente en distintos tipos de esclavitud asociadas a cuerpos materiales. Lo que observamos en la manifestación material es simplemente la creación del Señor. Por ende, Él es el verdadero propietario de todo en los universos. El alma condicionada puede disfrutar solo de una fracción de esta creación material bajo el control del Señor, pero no de manera autosuficiente. Esta es la enseñanza del Isopanisad. Uno debe estar satisfecho con lo que el Señor del universo otorga. Solo por locura se intenta usurpar las posesiones materiales de los demás.

Fuente: A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada (edición 2014), «Srimad Bhagavatam», Segundo Canto, Capítulo 4 – Texto 20.

Leave A Comment